Mario Sosa es mecánico y tiene 55 años, acompañado de un grupo de personas, recientemente visitó el lugar donde sucedió el accidente del Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya. En aquel fatídico episodio, viajaban 45 personas.
El trágico suceso aéreo tuvo lugar el viernes 13 de octubre de 1972 y solo sobrevivieron 16 pasajeros tras estrellarse en la cordillera camino a Chile. Durante 72 días, los supervivientes vivieron un verdadero calvario, viéndose obligados a recurrir a la carne humana de sus propios amigos y compañeros de estudio y rugby para seguir adelante.
Sosa fue hacia el denominado ‘santuario de la mayor historia de supervivencia de la humanidad’ integrando un grupo de 13 valientes personas, incluido su hijo Mario Junior, para rendir homenaje a aquellos que sobrevivieron y a quienes que no tuvieron la misma suerte.
Durante esta travesía, los acompañó: Federico Quiroga, Gustavo González, Pablo Rivero, Exe Benítez, Albano Pereyra, José Casco, Guillermo Robledo, Gastón Benítez, Cristian Miyno, Lucas Mariani y Mauri Gallo.
Al llegar al sitio, los amigos se quedaron contemplando el paisaje montañoso y el recuerdo de la tragedia, imaginando la lucha por sobrevivir, el sacrificio y el coraje de aquellos tripulantes. La adrenalina fluía y la piel se erizaba ante la magnitud del lugar y el acontecimiento que lo envolvía.
“Algún día Mario volverá con sus amigos, o tal vez con su hijo, y le dirá feliz: ‘acá me trajo tu abuelo por primera vez’”, expresó Mario Sosa sobre su hijo Mario Junior, imaginando un futuro donde las generaciones se conectan a través de esta experiencia.
La historia del avión de los uruguayos es una de esas que estremece, y este viaje se trató de preservar la memoria de aquellos que atravesaron el infierno en esa Cordillera, durante esos 72 días que parecieron una eternidad.
Mario, su pibe y sus amigos, partieron de ese lugar con una sensación que no se podía expresar en palabras, pero con la certeza de que habían respetado la promesa y evidenciando valores como el compañerismo y la solidaridad. Se llevaron consigo el ejemplo de que, incluso en la oscuridad más profunda, siempre hay una luz de esperanza.
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