Aceptemos a los otros como a nosotros mismos

Estamos inmersos en una sociedad, en un mundo, donde muchas veces aceptamos con total naturalidad el hecho de que alguien se ría de otra persona o la tilde de “loca” o “rara” por salir del modo estructurado al que estamos acostumbrados de vivir. Sucede que estos momentos se dan cuando vemos a alguien disfrutar con cierta pasión de alguna situación que para otros no pasa más de algo cotidiano y sin relevancia. Incluso, es más frecuente mirar de mala manera cuando el que está en ese plan es un adulto mayor, lo miran como si estuviera mal, como si el envejecer fuera algo que te limita a realizar cierta actividad.

Supongamos que viajamos en un colectivo junto a niños, personas de mediana edad y adultos mayores. El niño si se mueve de su asiento sería tildado de inquieto, a la persona mayor no le puede sonar fuerte el celular porque lo mirarían mal. Mientras que está “aceptado” que alguien de mediana edad se cambie de asiento cuantas veces quiera, reproduzca videos o le suene el celular en volumen alto y no quede mal.

La edad tendría que dejar de ser un condicionante para hacer tal o cual cosa. Si una persona quiere estudiar una carrera universitaria a sus 50 años, está en todo su derecho. Si otra quiere hacerse un corte de pelo moderno, también puede hacerlo, o si te encontrás con alguien bailando y cantando por la calle al compás de la música, deberíamos dejar de mirarlo como si hiciera algo prohibido y usar esa libertad para aplicarla a nosotros mismos.

Cuántas veces nos limitamos a hacer alguna cosa por el qué dirán, nos prohibimos ser un poco más feliz para evitar exponernos a una posible crítica, siendo que el mundo es tan grande y que hay problemas mucho mayores que los que a veces se cruzan por nuestra cabeza, y que al instante siguiente de cruzarnos con alguien, en unas horas o en unos años, nadie se acordará de nosotros ni de lo que hicimos. El único que tiene la capacidad de mantener vivo un recuerdo es uno mismo y nada ni nadie nos debería impedir tener un buen momento más que recordar.

No somos idóneos para juzgar a los demás sobre lo que hacen en sus vidas, ni tenemos por qué preocuparnos por lo que otros digan de nosotros. Todos tenemos el mismo destino marcado, pero mientras tanto, vivamos el presente como sentimos, como queremos y como podemos, porque nuestro cuerpo puede tener fecha de vencimiento, pero nuestro espíritu no.

 

Carrito