El coronavirus llegó para cambiarlo todo. Puede ser el punto de partida que nos impulse a realizar cambios significativos en todas las áreas de nuestra sociedad, o por el contrario, puede ser el terreno para cultivar un espíritu egoísta que termine por perjudicarnos más de lo que ya estábamos. Quiero creer que esta situación nos servirá para unirnos como argentinos y trabajar juntos.
Mientras escribo estas líneas y cumplo desde mi hogar en la Ciudad de Buenos Aires con el “aislamiento social, preventivo y obligatorio” decretado por el Gobierno Nacional para frenar la propagación del Covid-19, no puedo dejar de pensar en los sectores más vulnerables ante esta situación, desde los que no pudieron quedarse en sus casas hasta los que viven en precarias condiciones.
Tengo el privilegio de que el medio para el cual trabajo, haya implementado la modalidad home office desde hace algunas semanas. En casa tengo café, comida, una buena conexión a Internet y ciertas comodidades que dan un poco de calor cuando pienso en los que están afuera. Al frente, en una clínica privada el personal sanitario pone en riesgo su salud para atender de los pacientes. A pocas cuadras hay una PyME que desde hace varios días tiene sus puertas cerradas.
En la esquina, un policía de la Ciudad controla que los transeúntes tengan el permiso habilitante para transitar en estos días de cuarentena. Con un barbijo en su boca, el agente cumple con su deber, sabiendo que aún así está expuesto. El vendedor de lapiceras de la estación de Subte hace días que no se ve, supongo que debe estar cumpliendo con el aislamiento y eso es correcto, pero me pregunto cuál será su otra fuente de ingresos para llevar el alimento para sus hijos.
Por las calles de La City es fácil identificar a los trabajadores informales, los independientes, que por algún motivo están fuera del sistema de relación de dependencia y no tienen otra alternativa que salir a diario a “patear” las calles para ganarse el día. En calle Corrientes viven varios sin techo. Me cuesta imaginar qué pensarán cuando muchos hablan de confinarse en sus casas cuando ellos solo pueden volver al colchón que los espera tendido en la vía pública.
Claro está que virus puede poner de cabeza el sistema económico y sanitario del país si las medidas no surten efecto a tiempo, perjudicando aún más a los vulnerables. Si el número de contagios crece, no solo seguirán muriendo personas, sino que la inestabilidad e incertidumbre se extenderá por más tiempo.
El Estado es sin dudas el que debe marcar el camino a seguir, con liderazgo y proactividad, pero es el pueblo el que debe acompañar con sus acciones, obedeciendo las normas, no abusando de las excepciones y pensando el otro. En definitiva, nadie se salva solo y si todos hacemos nuestro mejor esfuerzo vamos a lograr superar esta crisis cuanto antes. Nunca es tarde para ser verdaderamente responsables y solidarios. Demostremos que juntos podemos.
Nota de opinión: Por Javier Marquez – Periodista en Buenos Aires